Sierva de Dios, Madre Sor Antonia Lucía del Espíritu Santo Maldonado y Verdugo
Junio 12, 1646 - Agosto 17, 1709
Vocación
extraordinaria de Antonia Lucía
Antonia Luía del
Espíritu Santo, ha sido una de aquellas privilegiadas, escogidas por Dios para
realizar en su Iglesia obras enteramente divinas y sobrenaturales. Mucho
favoreció el Señor al Perú durante la administración española, concediéndole en
gran número pastores celosos, apóstoles incansables, vírgenes puras, almas
penitentes hasta el heroísmo, santos y bienaventurados dignos del honor de los
altares; y Antonia Lucía se halla colocada en puesto muy eminente entre estos
seres providenciales, pues su actuación en Lima la hace merecedora de ese
puesto eminente.
Nacida en
Guayaquil el 12 de junio de 1646, de padres nobles y virtuosos, pero pobres de
bienes temporales, muerto el padre, pasó con su madre viuda al puerto del
Callao a los 11 años de su edad y como esta señora era muy virtuosa y veía que
su hija lo era tanto, deseaba para remediar la situación de ambas que la niña
llegara a edad competente para casarla, y tan pronto llegó el momento oportuno.
Cuando cumplíó los 30 años, contrajo matrimonio por decisión de su madre
con Don Alonso Quintanilla, hijo de Don Benito de los Santos y de Doña Andrea
Flores, siendo un hombre humilde también y artillero de oficio en el puerto del
Callao, contrajeron nupcias el 6 de abril de 1676. Su esposo vio en Antonia
Lucía su intensa vocación al servicio de Dios fue así que por mutuo acuerdo
decidieron guardar castidad perfecta. Su matrimonio no duró mucho tiempo ya que
Alonso de Quintanilla falleció el 30 de enero de 1681.
Quedando en libertad, y habiendo dicho a su confesor su enorme deseo de
servir a Dios, cabe resaltar que uso ropa de luto de color morado, que años
después sería el hábito oficial de las Madres Nazarenas y de los devotos del
Señor de los Milagros.
Inspirada de Dios
fundó en el Callao una casa religiosa dedicada a la imitación de Jesús
Nazareno, donde el mismo Señor la visitó con la túnica de Nazarena, diciéndole
estas memorables palabras: "Mi madre ha dado su traje de pureza para
hábito a otras almas y yo te doy a ti mi traje y hábito con que anduve en el
mundo: estima mucho este favor, que a nadie he dado mi santa túnica".
En esta casa murió la madre de nuestra santa,
llena de merecimientos y asistida de su buena hija.
Dispuso la
Providencia que del Callao pasase a Lima, a fundar una nueva casa de Nazarenas
en la capital, en la calle de Monserrat.
Esto pasaba por
los años 1683, vistiendo solemnemente el santo hábito la pequeña Comunidad, el
día 1° de enero de 1684.
Con haberse
trasladado de la calle de Monserrat junto al Señor de los Milagros, la
Congregación de Nazarenas, fundada por la Madre Antonia Lucía, venía a obtener
corona y complemento la obra de esta predestinada criatura; debemos decir que
Dios formó a Sor Antonia Lucía para culto perpetuo del Señor de los Milagros, y
el Señor de los Milagros vino a corresponder a los anhelos del corazón de Sor
Lucía, como víctima que deseaba consagrarse al amor de Jesús Nazareno.
Su penitencia:
Ayunos.- La Madre Antonia Lucía sólo cada 24 horas tomaba un alimento que
consistía en una pequeña cantidad de pescado y dos yemas de huevo: fuera de la
hora señalada para esta frugal comida, jamás probó cosa alguna. Y todos los viernes del año dejaba de tomar
alimento, empezando este ayuno desde la víspera al medio día y terminándolo el
sábado a las dos de la tarde. Ayunaba
toda la semana santa sin probar bocado, a no ser que interviniese la voluntad
de su confesor y entonces probaba algunos bocados de verdura.
Disciplinas.-
Eran cruelísimas las disciplinas que acostumbraba, azotándose todo el cuerpo,
puesta de rodillas, y los viernes con derramamiento de sangre.
Su cama era una
tarima, defendiéndose del frío con una sábana y una frazada. Sobre la tarima tenía colocada una cruz
grande sobre la cual dormía, sirviéndole de cabecera sus propios brazos,
abrazándose además, con su santocristo.
La Madre Antonia Lucía padecía enfermedades varias
y continuas, con dolores intensos de todo el cuerpo, de los cuales nunca se
quejó pareciéndole injusto pretender bajar de la cruz en que el Señor la ponía.
Agregábase a esto
angustias y sequedades del alma, mucho más crueles que los dolores corporales,
en medio de los cuales no exhalaba otro suspiro, sino: Gracias a Dios; hágase
su voluntad. Y cuando el confesor le preguntaba:
¿Cómo vamos? Respondía: Padecer, Padre, padecer, mientras el Señor así lo
quiera. Cuando el padecer llegaba a su
colmo, algunas veces exclamaba: Téngame lástima que estoy en el infierno,
padeciendo como tizón de él. Al
disminuir la fuerza del padecimiento, luego prorrumpía en alabanzas a Dios.
Todos los días de
12 a 3 de
la tarde, padecía mucho y de un modo especial.
Todos los viernes
del año andaba enteramente descalza y con especies amarguísimas en la boca.
Su continua
oración y presencia de Dios.- La Madre
Sor Antonia Lucía del Espíritu Santo tenía la conciencia que siempre y a todas
horas estaba en la presencia de Dios, adorándole; así lo aseguraba ingenuamente
a sus confesores. A esto unía un vivo
deseo de hacer siempre lo más perfecto.
Todos los días se
iba a la iglesia a las cinco de la mañana, se confesaba y luego recibía la
santa comunión. Se quedaba orando hasta
las diez de la mañana. En esta oración
recibía del Señor favores singulares.
Cuando no le apremiaban las ocupaciones, prolongaba esta oración hasta
las dos de la tarde y siempre salía de la oración como endiosada.
Puede asegurarse
que oraba día y noche, elevando continuamente su espíritu a Dios y teniendo
siempre su corazón en dulce contacto con su Divina Majestad, esto no se lo
estorbaban los cuidados de la prelacía.
Como fruto y
efecto de su oración sentía ansias ardientes de la salvación de las almas; y si
de ella hubiera dependido, habría recorrido el mundo, clamando como los
profetas de Israel, en calles y plazas para que los hombres se convirtieran a
Dios. Igual deseo le acompañaba de que
los infieles recibiesen la luz del Evangelio y el santo bautismo. Y esto pedía a Dios sin cesar y dejó esto
mismo como herencia a sus hijas.
Rezaba con
frecuencia la oración del Padre Nuestro uniéndose en espíritu con Nuestro Señor
Jesucristo, que lo había dictado a sus apóstoles.
Con la oración
continua y el trato incesante con Dios, obtuvo una singular prudencia y
sabiduría que no se ocultaba a las personas que la trataban de cerca, algunas
de ellas eclesiástico ilustrados; aunque ella con su humildad profunda se
acogía generalmente al sagrado silencio, sin pretender nunca hacerse la
maestra.
Veamos como habla
de ella misma de los efectos de la oración: "Estando llorosa sentí una
marea suave con incomparable gozo y consuelo de grande fe que daba por hecho lo
que antes lloraba dudosa, pasó esto a elevación de los sentidos y suspensos
ellos de lo que el alma gozaba, entendí en la mente que veía al Espíritu Santo
tan amoroso como Padre que me decía: Mírate en ese espejo. Entendió mi alma y ví que de las manos del
Santísimo Señor salía una tabla dorada con unas letras que decían:
LA REGLA DEL
CARMEN CEÑIDA AL INSTITUTO NAZARENO: VIDA APOSTÓLICA SIGUE MI EVANGELIO: EN
ELLA.
Volví y dije: Señor a mí tanta
dicha? Temo la ilusión: y díjome el amantísimo bien nuestro: para venideros
tiempos te muestro esta tabla, para que se diga que fue dada y dirigida del
Espíritu Santo".
Apariciones,
éxtasis y otros favores divinos.- Eran
frecuentes en ella varios fenómenos extáticos, y algunos de ellos se realizan
periódicamente durante el año. Desde el
día de la Conmemoración de los Difuntos por ocho días consecutivos se hallaba
en éxtasis no interrumpido; privada del uso de los sentidos, exceptuando el
tiempo necesario para recibir la santa comunión.
El fenómeno se
repetía no pocas veces mientras rezaba el Oficio divino, durante el cual gozó
también de apariciones y visiones del niño Jesús, y en otras ocasiones del
Divino Nazareno, cansado y afligido que alentaba a su sierva a la imitación,
especialmente en la pobreza y penitencia.
De sus admirables
éxtasis, algunos de los cuales fueron presenciados por sus confesores, volvía
en sí con un sentimiento de profunda humildad, deseosa de esconderse debajo de
la tierra.
La escritora de
su vida, la Madre Josefa de la Providencia como testigo de ésta, dice:
"Una noche estando en la capilla, que llamaban Belén en el Beaterio,
estaba yo y algunas de mis hermanas, y la sierva de Dios, se había sentado en un
poyo de dicha capilla, desde donde estaba hablando, y de repente la vimos que
había salido de sí, con los ojos abiertos, muy hermosos elevados al Cielo; de
lo que quedamos todas atónitas viéndola de este modo, por espacio de tres o
cuatro credos, hasta que volviendo en sí, como quien sale de un gran sueño, y
como avergonzada de que la hubiéramos visto, salió con gran prisa para
afuera".
Algunos de estos
éxtasis eran con elevación en el aire de todo su cuerpo.
Su retiro.- Fruto y fomento de la oración es el retiro y
la soledad que fueron amados con todo extremo por la Madre Antonia Lucía. Aún para llevar a buen término sus
fundaciones, para las cuales era menester la cooperación de muchas personas, no
quiso disminuir su retiro donde esperaba que la Divina Providencia le
favoreciese con todo lo necesario; y en efecto, así le acontecía. Ella apenas tenía comunicación con las
familias de la capital, ni pretendía influjos de los poderosos.
Su
humildad.- Es cosa rara e increíble el
estado de ánimo en que vivía continuamente Sor Lucía del Espíritu Santo; pues
se creía merecedora de que la castigasen como delincuente con maltratos.
Terminada la
confesión sacramental, que era diaria, salía del confesionario hecha un mar de
lágrimas considerándose mala, monstruosamente mala; ella que llevaba una vida
angelical, preservándola Dios bondadosamente de faltas advertidas y de malicia,
aún de las pequeñas.
Esta su humildad
tan profunda como sincera, sorprendía a los que la trataban, no ignorando la
serie de favores extraordinarios con que el cielo la distinguía.
Gozaba en
humillarse en el refectorio, según es costumbre en las religiones, pidiendo
frecuentemente perdón a sus hijas de los malos ejemplos que en ella vieran, y
con gran ternura y lágrimas les besaba los pies. Las hijas quedaban con esto compungidas y
edificadas.
Su caridad.- El amor al prójimo es efecto del amor a Dios,
y las almas santas en cuyos pechos arde el amor divino, no pueden menos de
sentir un celo ardiente del bien del prójimo.
Sor Lucía ejercitaba
un apostolado no interrumpido en sus conversaciones con los prójimos, a quienes
impulsaba con una fuerza secreta pero eficaz a deseos de perfección y
santidad. Esta fuerza secreta sentían
con más eficacia sus hijas reunidas con ella en torno de Jesús Nazareno. Sentíanla también sus confesores que hallaron
en el trato con esta alma pura, santa y penitente, estímulos poderosos para
procurar con ahínco la santidad sacerdotal.
Además, su
apostolado tuvo ocasiones propicias para remediar males espirituales de
diversas personas. Un religioso
acreditado como sabio e ilustrado cayó enfermo con síntomas de locura. Nada bastó para curarlo, hasta que tuvo
ocasión de verse con la Madre Lucía, la cual le amonestó que se condujese bien,
indicándole un punto en que debía poner remedio. Con la entrevista no sólo quedó sano del mal,
sino muy resuelto a aspirar a la santidad religiosa y a dedicarse a la
conversión de los infieles, entre los cuales obtuvo la palma del martirio.
A este tenor
logró la reforma de muchas personas, para lo cual la favoreció el Señor con el
don de la penetración de los secretos del corazón.
Su devoción al
Santísimo Sacramento, a María Santísima y a los Santos.- Siendo la Venerable Madre Antonia, amantísima
de la Pasión de Nuestro Señor, no podía dejar de serlo de su perpetuo memorial:
la Sagrada Eucaristía; así llegando el octavario de Corpus lo celebraba con
toda pompa y solemnidad. Lo mismo
podemos decir de su devoción a María Inmaculada, la cual cultivó en su alma
desde sus más tiernos años y procuró se mantuviese siempre en el Instituto,
determinando que diariamente en la Comunidad se rezase el santo rosario y la
corona dolorosa.
Para con los santos
tuvo especial devoción al Señor San José, San Juan Evangelista, el Angel de la
Guarda, Santa Teresa de Jesús su maestra, y otros más, recibiendo de ellos
señalados favores, para sí y para sus hijas.
Cuéntase entre otros, el caso siguiente: Estando el Beaterio en la calle
Monserrat, deseaban sus hijas una imagen de Nuestra Señora, y se lo
manifestaron a Venerable Madre, quien lo encomendó al glorioso San Pedro de
Alcántara, no bien lo hizo, cuando a poco se presentó el criado de una señora
con una imagen de la purísima en bulto, que medía más de una vara de alto, y la
vendía por doscientos pesos.
La
Venerable Madre ofreció cien a la persona que la había enviado, escribiéndole
una carta suplicatoria, y para complacer a la Madre Providencia que le pedía
pusiese la carta en manos de la imagen para obtener lo solicitado, ésta, que
tenía las manitas pegadas por las palmas y deditos, al ponerle el papel la
Sierva de Dios, dio un traquido, que todas las que estaban presentes lo oyeron
y quedó la imagen con las manitas bien desunidas hasta el día de hoy. Tomando luego la Sierva de Dios la carta de
las manos de la imagen, la envió a la señora, quien no aceptando la oferta pasó
al Beaterio para llevársela y al llegar y ser interrogada por la Sierva de Dios
de: ¿Cómo había sabido que deseaban la imagen?, dijo la señora, que un Padre
Franciscano muy flaco y amarillo se lo había dicho; lo que hizo suponer a sus
hijas, que fue San Pedro de Alcántara.
Determinada la señora a no venderla por los cien pesos, ordenó al criado
que la cogiera para volverla a su casa, pero siendo el mismo que la había
llevado a Beaterio no podía moverla, viendo con admiración tantos prodigios, la
señora se conformó con los cien pesos y se marchó asombrada.
Última enfermedad
y muerte de la Madre Antonia Lucía, en pie y con los brazos en Cruz.
Estando en cama
la sierva de Dios Sor Lucía en su última enfermedad, una hija suya vio sobre
ella una corona y una palma, hechas de oro finísimo y hechura primorosa. Conociemdo la Madre la visión de la hija no
pudo negar que aquella corona y aquella palma se las daba el Señor en premio de
su santa vida, toda consagrada al amor de Dios y del prójimo, a la penitencia y
mortificaciones con acciones virtuosas nunca interrumpidas.
Su última
enfermedad y su muerte estuvieron caracterizadas por el amor y el dolor. El amor, lo incendios de la caridad divina,
ponían en movimiento su corazón que latía con violencia. El dolor, el purgatorio anticipado, hacía de
la enferma una mártir.
La enferma pidió
los últimos sacramentos el martes 13 de agosto.
Apenas vio a Jesús Sacramentado que entraba en la celda, tuvo un
transporte extático que no pudo dominar, de modo que el sacerdote hubo de
mandarla que volviese en sí para recibir la sagrada comunión, como
efectivamente volvió, recibiendo luego a su amado con encendidos afectos de
amor, reverencia y alegría.
El sábado 17
indicó que su muerte sería a las dos de la tarde.
Hallándose presentes a esa hora tres de sus
hijas y el médico que la asistía, se incorporó en la cama, luego se puso en la
cabeza una mantilla que le cubría todo el cuerpo y velozmente se puso en pie
sobre la cama, sin que nadie interviniera en esto; extendió los brazos en cruz
a imitación de su Divino Maestro; fijó la mirada en el cielo, con los ojos
abiertos que brillaban como dos luceros; puso un pie sobre el otro y permaneció
con esta postura estática durante un cuarto de hora; el éxtasis terminó con la
muerte, exhalando su postrer suspiro en aquella actitud. Después que expiró, inclinándose por sí
misma, suavemente pero sin encoger los brazos, ni separar los pies, se colocó
en la cama y reclinó la cabeza sobre la almohada.
El privilegio de
morir con los brazos en cruz dejó la santa Madre hereditario a algunas de sus
hijas, aunque no en pie, sino echadas en la cama. Así murió Sor Josefa de la Santísima
Trinidad, sobrina de la sierva de Dios, Sor Catalina de San Juan, Sor Felician
de Santa Teresa, Sor Luisa de San Padre de Alcántara y otras más.
Las
circunstancias de la muerte de la Madre Antonia Lucía son excepcionalmente
prodigiosas, sin duda no vistas en ningún otro santo de la Iglesia de Dios, y
contribuyen a la gloria especial de la heroína, digna del aprecio de los
mortales.
A su muerte
siguieron un gran número de prodigios; pues a las diez de la noche, ya difunta,
volvió a poner los brazos en cruz con los dedos encogidos, permaneciendo así
hasta la aurora, hora en que colocó el brazo derecho junto al muslo y puso la
mano izquierda extendida sobre el corazón, ostentando el rostro hermosísimo.
Tuvieron
insepulto el cadáver durante cuatro días, con un concurso incesante e innumerable
que obtenía por intercesión de la Sierva de Dios gran número de curaciones de
varias enfermedades.
Sus restos reposan en el Santuario de Las Nazarenas en Lima, en cuyo altar
mayor se encuentra la imagen del Cristo de Pachacamilla.
SOR ANTONIA LUCIA
DEL ESPIRITU SANTO
Antonia Lucia
Maldonado de Verdugo nació en Guallaquil, Ecuador el día Sabado 12 de Junio de
1646.
Huerfana de padre
llegó al Callao en compañia de su madre en 1657. A los 30 años Antonia
Lucia, fue casada por su madre con Alfonso Quintanilla hombre pobre de caudales
pero de grandes dotes morales. Sin embargo Alfonso Quintanilla al darse cuenta
que su esposa tenia inclinación hacia el servicio de Dios, de mutuo acuerdo
guardaron castidad.
En esa época
Antonia Lucia vestia tunica morada con la debida autorización de su esposo y la
debida licencia eclesiastica del 6 de Agosto de 1677 o 1678. Al poco tiempo
falleció su esposo el día 30 de Enero de 1681, siendo enterrados sus restos en
el Convento de Santo Domingo.
Al quedar viuda
Antonia Lucia, quedó en libertad de cumplir con su proposito y verdadera
vocación. Y el luto que vistio fue el de la tunica morada la misma que despues
distigiria a sus fieles y adnegadas discipulas y seguidoras en el Beaterio de
Monserate.
Antonia Lucia de
Maldonado y Verdugo, (I.- 0549, 196, (f)), Nacio en Guayaquil el 12-6-1646. Al
morir su padre don Antonio Maldonado y Mendoza, fue al Callao con su madre doña
Maria Verdugo Gaytan que estaba en la mas absoluta de las pobezas.
Habia casado doña Antonia Lucia con Alonso Quintanilla, que sin el conocimiento de este, colectó limosnas para la creacion de un beaterio de Nazarenas.
Habia casado doña Antonia Lucia con Alonso Quintanilla, que sin el conocimiento de este, colectó limosnas para la creacion de un beaterio de Nazarenas.
Tanto su marido
como ella fueron muy devotos y él la permitio que tomase habito mientras él se
encerro en el monasterio de los Descalzos anticipandose su muerte y doña Lucia
ya viuda, entro en el beaterio con su madre.
En 1681 por asuntos de disgustos
se traslado a Lima retirandose durante un año al monasterio de Santa Rosa de
Viterbo. Ayudada del capitan don Roque Falcon que la proporciono 12.000 pesos,
planto en el año 1683 el beaterio en la casa que compro a Fernando Perez junto
al convento de Monserrat, extinguiendose despues por los años de 1698 al no
condedersele licencia para su ereccion. En el beaterio que fundo el capitan
Sebastian de Autuñano busco refugio asi como otras monjas dispersas ocupando el
cargo de superiora con el nombre de: Antonia del Espiritu Santo.
Falleció el 17-8-1709.
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Fuente: oremosjuntos.net
Es muy largo no crees
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