jueves, 13 de julio de 2017

Hernando de la Cruz, Fernando de Ribera, Sacerdote Jesuita

Siervo de Dios, Fernando de Ribera, (Hernando de la Cruz), Sacerdote Jesuita y Pintor
ca. 1592 - 6 de enero de 1646

Hernando de la Cruz (ca. 1592 - 6 de enero de 1646) fue un pintor y religioso jesuita panameño que vivió en Ecuador.

Sacerdote jesuita nacido en Panamá en el año 1592, hijo legítimo de los hidalgos sevillanos don Fernando de la Vega y Palma, y doña Leonor de Ribera, quienes lo bautizaron con el nombre de Fernando de Ribera.

El aventurero espíritu de su juventud le trajo a Quito, donde cierta vez se batió en duelo e hirió gravemente a su adversario. Cuentan las tradiciones que, arrepentido, ingresó a la Compañía de Jesús -donde adoptó el nombre de Hernando de la Cruz- y poco después estableció una escuela de pintura.

Fue uno de los más notables artistas de la Escuela Quiteña, y entre sus obras más importantes se destacan "El Infierno" y "La Resurrección" (El Juicio) que se guardan en la iglesia de La Compañía.
Murió en Quito el 6 de enero de 1646.
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Enciclopedia del Ecuador.
Histórica * Geográfica * Biográfica
Por: Efrén Avilés Pino
"En un principio, la preocupación de la pintura quiteña fue ahondar la devoción de los nuevos cristianos, como se ve en el detalle de esta obra de Hernando de la Cruz".
 
En la biografía de Mariana de Jesús que escribió en 1724 el gran escritor jesuita P. Jacinto Moran de Butrón se ocupó de Fernando de Ribera, quien, de jesuita, tomó el hombre de Hernando de la Cruz. "Hechos los votos del Bienio, según las Constituciones de la Compañía -escribió-, le ocupó la obediencia en el ejercicio de pintar, a que acudió con toda prontitud, y gusto. Era primoroso en este arte, y cuando dibujaba el pincel en el lienzo, lo ideaba antes con la meditación, y oración. A su trabajo se deben todos los lienzos, que adornan la Iglesia, los tránsitos, y aposentos".
 
Este pasaje llevó a pensar que los grandes cuadros de los profetas que adornan las pilastras de la Compañía de Jesús fueron pintados por el jesuita, y no por Goríbar, a quien siempre se habían atribuido. Una extensa y agria polémica se resolvió cuando se atendió a que la iglesia que se decoró con los cuadros de Hernando de la Cruz no es la que hoy admiramos.
 
El hermano jesuita generalmente no firmaba sus telas, y no ha habido un trabajo serio para tratar de establecer un listado más o menos considerable de lo que pintó. Lo poco que se ha logrado identificar de Hernando de la Cruz muestra que conocía los secretos de la mejor pintura española del tiempo. Así el retrato que hizo de Mariana de Jesús, su dirigida espiritual, que se conserva en el Carmen Antiguo -y del que hay réplicas en el Perú; he visto una en un monasterio de Arequipa-. En el hermosísimo retrato se funden admirablemente devoción de rostro y gesto con amable realismo, vivo y hasta sensual en algún detalle, de la faz. Y las carnaciones de rostro y manos se destacan en fuerte claroscuro sobre el hábito de la joven.
 
Para Hernando de Cruz, jesuita al fin, más que para cualquier otro pintor del siglo, pintar era una forma, más plástica y durable, de predicar. En esta línea de pintura catequética o edificante, de la que Hernando de la Cruz es el fundador de la Pintura Quiteña, las dos obras más celebradas del jesuita fueron los lienzos grandes que se colocaron a la entrada de la iglesia de la Compañía, a uno y otro lado del coro.
 
Con todo las más hermosas telas de Hernando de la Cruz son imágenes de santos, en su mayor parte jesuitas. No sólo pintó sino que enseño a pintar. En la casa de los jesuitas, dentro de la clausura, reunió a un grupo de seglares a los que inició en la pintura concebida como acto de culto religioso y ejercicio de predicación sagrada. Rasgo que la Escuela Quiteña debe a Hernando de la Cruz es esta manera de vivir la pintura, actitud que se tradujo en una pintura de intensa devoción y ortodoxo sentido católico.

H. Hernando de la Cruz murió en 1646. Para entonces ya pintaba Miguel de Santiago -dos años antes había escrito su nombre al revés de un lienzo de la Inmaculada-. Estaba ya en escena la siguiente gran figura de la Escuela Quiteña.

Fuente: Hernán Rodríguez Castelo, "Panorama del Arte", Biblioteca Ecuatoriana de la Familia, No. 9, Ministerio de Educación y Cultura del Ecuador, Edit. Corporación Editora Nacional, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Editorial El Conejo.

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