jueves, 20 de julio de 2017

Antonia Lucía del Espíritu Santo Maldonado y Verdugo, Fundadora

Sierva de Dios, Madre Sor Antonia Lucía del Espíritu Santo Maldonado y Verdugo
Junio 12, 1646 - Agosto 17, 1709

Vocación extraordinaria de Antonia Lucía
Antonia Luía del Espíritu Santo, ha sido una de aquellas privilegiadas, escogidas por Dios para realizar en su Iglesia obras enteramente divinas y sobrenaturales. Mucho favoreció el Señor al Perú durante la administración española, concediéndole en gran número pastores celosos, apóstoles incansables, vírgenes puras, almas penitentes hasta el heroísmo, santos y bienaventurados dignos del honor de los altares; y Antonia Lucía se halla colocada en puesto muy eminente entre estos seres providenciales, pues su actuación en Lima la hace merecedora de ese puesto eminente.

Nacida en Guayaquil el 12 de junio de 1646, de padres nobles y virtuosos, pero pobres de bienes temporales, muerto el padre, pasó con su madre viuda al puerto del Callao a los 11 años de su edad y como esta señora era muy virtuosa y veía que su hija lo era tanto, deseaba para remediar la situación de ambas que la niña llegara a edad competente para casarla, y tan pronto llegó el momento oportuno.

Cuando cumplíó los 30 años, contrajo matrimonio por decisión de su madre con Don Alonso Quintanilla, hijo de Don Benito de los Santos y de Doña Andrea Flores, siendo un hombre humilde también y artillero de oficio en el puerto del Callao, contrajeron nupcias el 6 de abril de 1676. Su esposo vio en Antonia Lucía su intensa vocación al servicio de Dios fue así que por mutuo acuerdo decidieron guardar castidad perfecta. Su matrimonio no duró mucho tiempo ya que Alonso de Quintanilla falleció el 30 de enero de 1681.

Quedando en libertad, y habiendo dicho a su confesor su enorme deseo de servir a Dios, cabe resaltar que uso ropa de luto de color morado, que años después sería el hábito oficial de las Madres Nazarenas y de los devotos del Señor de los Milagros.

Inspirada de Dios fundó en el Callao una casa religiosa dedicada a la imitación de Jesús Nazareno, donde el mismo Señor la visitó con la túnica de Nazarena, diciéndole estas memorables palabras: "Mi madre ha dado su traje de pureza para hábito a otras almas y yo te doy a ti mi traje y hábito con que anduve en el mundo: estima mucho este favor, que a nadie he dado mi santa túnica".

En esta casa murió la madre de nuestra santa, llena de merecimientos y asistida de su buena hija.

Dispuso la Providencia que del Callao pasase a Lima, a fundar una nueva casa de Nazarenas en la capital, en la calle de Monserrat.

Esto pasaba por los años 1683, vistiendo solemnemente el santo hábito la pequeña Comunidad, el día 1° de enero de 1684.

Con haberse trasladado de la calle de Monserrat junto al Señor de los Milagros, la Congregación de Nazarenas, fundada por la Madre Antonia Lucía, venía a obtener corona y complemento la obra de esta predestinada criatura; debemos decir que Dios formó a Sor Antonia Lucía para culto perpetuo del Señor de los Milagros, y el Señor de los Milagros vino a corresponder a los anhelos del corazón de Sor Lucía, como víctima que deseaba consagrarse al amor de Jesús Nazareno.

Su penitencia: Ayunos.- La Madre Antonia Lucía sólo cada 24 horas tomaba un alimento que consistía en una pequeña cantidad de pescado y dos yemas de huevo: fuera de la hora señalada para esta frugal comida, jamás probó cosa alguna.  Y todos los viernes del año dejaba de tomar alimento, empezando este ayuno desde la víspera al medio día y terminándolo el sábado a las dos de la tarde.  Ayunaba toda la semana santa sin probar bocado, a no ser que interviniese la voluntad de su confesor y entonces probaba algunos bocados de verdura.

Disciplinas.- Eran cruelísimas las disciplinas que acostumbraba, azotándose todo el cuerpo, puesta de rodillas, y los viernes con derramamiento de sangre.

Su cama era una tarima, defendiéndose del frío con una sábana y una frazada.  Sobre la tarima tenía colocada una cruz grande sobre la cual dormía, sirviéndole de cabecera sus propios brazos, abrazándose además, con su santocristo.

La Madre Antonia Lucía padecía enfermedades varias y continuas, con dolores intensos de todo el cuerpo, de los cuales nunca se quejó pareciéndole injusto pretender bajar de la cruz en que el Señor la ponía.

Agregábase a esto angustias y sequedades del alma, mucho más crueles que los dolores corporales, en medio de los cuales no exhalaba otro suspiro, sino: Gracias a Dios; hágase su voluntad.  Y cuando el confesor le preguntaba: ¿Cómo vamos? Respondía: Padecer, Padre, padecer, mientras el Señor así lo quiera.  Cuando el padecer llegaba a su colmo, algunas veces exclamaba: Téngame lástima que estoy en el infierno, padeciendo como tizón de él.  Al disminuir la fuerza del padecimiento, luego prorrumpía en alabanzas a Dios.

Todos los días de 12 a 3 de la tarde, padecía mucho y de un modo especial.

Todos los viernes del año andaba enteramente descalza y con especies amarguísimas en la boca.

Su continua oración y presencia de Dios.-  La Madre Sor Antonia Lucía del Espíritu Santo tenía la conciencia que siempre y a todas horas estaba en la presencia de Dios, adorándole; así lo aseguraba ingenuamente a sus confesores.  A esto unía un vivo deseo de hacer siempre lo más perfecto.

Todos los días se iba a la iglesia a las cinco de la mañana, se confesaba y luego recibía la santa comunión.  Se quedaba orando hasta las diez de la mañana.  En esta oración recibía del Señor favores singulares.  Cuando no le apremiaban las ocupaciones, prolongaba esta oración hasta las dos de la tarde y siempre salía de la oración como endiosada.

Puede asegurarse que oraba día y noche, elevando continuamente su espíritu a Dios y teniendo siempre su corazón en dulce contacto con su Divina Majestad, esto no se lo estorbaban los cuidados de la prelacía.

Como fruto y efecto de su oración sentía ansias ardientes de la salvación de las almas; y si de ella hubiera dependido, habría recorrido el mundo, clamando como los profetas de Israel, en calles y plazas para que los hombres se convirtieran a Dios.  Igual deseo le acompañaba de que los infieles recibiesen la luz del Evangelio y el santo bautismo.  Y esto pedía a Dios sin cesar y dejó esto mismo como herencia a sus hijas.

Rezaba con frecuencia la oración del Padre Nuestro uniéndose en espíritu con Nuestro Señor Jesucristo, que lo había dictado a sus apóstoles.

Con la oración continua y el trato incesante con Dios, obtuvo una singular prudencia y sabiduría que no se ocultaba a las personas que la trataban de cerca, algunas de ellas eclesiástico ilustrados; aunque ella con su humildad profunda se acogía generalmente al sagrado silencio, sin pretender nunca hacerse la maestra.

Veamos como habla de ella misma de los efectos de la oración: "Estando llorosa sentí una marea suave con incomparable gozo y consuelo de grande fe que daba por hecho lo que antes lloraba dudosa, pasó esto a elevación de los sentidos y suspensos ellos de lo que el alma gozaba, entendí en la mente que veía al Espíritu Santo tan amoroso como Padre que me decía: Mírate en ese espejo.  Entendió mi alma y ví que de las manos del Santísimo Señor salía una tabla dorada con unas letras que decían:

LA REGLA DEL CARMEN CEÑIDA AL INSTITUTO NAZARENO: VIDA APOSTÓLICA SIGUE MI EVANGELIO: EN ELLA.

Volví y dije: Señor a mí tanta dicha? Temo la ilusión: y díjome el amantísimo bien nuestro: para venideros tiempos te muestro esta tabla, para que se diga que fue dada y dirigida del Espíritu Santo".

Apariciones, éxtasis y otros favores divinos.-  Eran frecuentes en ella varios fenómenos extáticos, y algunos de ellos se realizan periódicamente durante el año.  Desde el día de la Conmemoración de los Difuntos por ocho días consecutivos se hallaba en éxtasis no interrumpido; privada del uso de los sentidos, exceptuando el tiempo necesario para recibir la santa comunión.

El fenómeno se repetía no pocas veces mientras rezaba el Oficio divino, durante el cual gozó también de apariciones y visiones del niño Jesús, y en otras ocasiones del Divino Nazareno, cansado y afligido que alentaba a su sierva a la imitación, especialmente en la pobreza y penitencia.

De sus admirables éxtasis, algunos de los cuales fueron presenciados por sus confesores, volvía en sí con un sentimiento de profunda humildad, deseosa de esconderse debajo de la tierra.

La escritora de su vida, la Madre Josefa de la Providencia como testigo de ésta, dice: "Una noche estando en la capilla, que llamaban Belén en el Beaterio, estaba yo y algunas de mis hermanas, y la sierva de Dios, se había sentado en un poyo de dicha capilla, desde donde estaba hablando, y de repente la vimos que había salido de sí, con los ojos abiertos, muy hermosos elevados al Cielo; de lo que quedamos todas atónitas viéndola de este modo, por espacio de tres o cuatro credos, hasta que volviendo en sí, como quien sale de un gran sueño, y como avergonzada de que la hubiéramos visto, salió con gran prisa para afuera".

Algunos de estos éxtasis eran con elevación en el aire de todo su cuerpo.

Su retiro.-  Fruto y fomento de la oración es el retiro y la soledad que fueron amados con todo extremo por la Madre Antonia Lucía.  Aún para llevar a buen término sus fundaciones, para las cuales era menester la cooperación de muchas personas, no quiso disminuir su retiro donde esperaba que la Divina Providencia le favoreciese con todo lo necesario; y en efecto, así le acontecía.  Ella apenas tenía comunicación con las familias de la capital, ni pretendía influjos de los poderosos.

Su humildad.-  Es cosa rara e increíble el estado de ánimo en que vivía continuamente Sor Lucía del Espíritu Santo; pues se creía merecedora de que la castigasen como delincuente con maltratos.

Terminada la confesión sacramental, que era diaria, salía del confesionario hecha un mar de lágrimas considerándose mala, monstruosamente mala; ella que llevaba una vida angelical, preservándola Dios bondadosamente de faltas advertidas y de malicia, aún de las pequeñas.
Esta su humildad tan profunda como sincera, sorprendía a los que la trataban, no ignorando la serie de favores extraordinarios con que el cielo la distinguía.

Gozaba en humillarse en el refectorio, según es costumbre en las religiones, pidiendo frecuentemente perdón a sus hijas de los malos ejemplos que en ella vieran, y con gran ternura y lágrimas les besaba los pies.  Las hijas quedaban con esto compungidas y edificadas.

Su caridad.-  El amor al prójimo es efecto del amor a Dios, y las almas santas en cuyos pechos arde el amor divino, no pueden menos de sentir un celo ardiente del bien del prójimo.

Sor Lucía ejercitaba un apostolado no interrumpido en sus conversaciones con los prójimos, a quienes impulsaba con una fuerza secreta pero eficaz a deseos de perfección y santidad.  Esta fuerza secreta sentían con más eficacia sus hijas reunidas con ella en torno de Jesús Nazareno.  Sentíanla también sus confesores que hallaron en el trato con esta alma pura, santa y penitente, estímulos poderosos para procurar con ahínco la santidad sacerdotal.

Además, su apostolado tuvo ocasiones propicias para remediar males espirituales de diversas personas.  Un religioso acreditado como sabio e ilustrado cayó enfermo con síntomas de locura.  Nada bastó para curarlo, hasta que tuvo ocasión de verse con la Madre Lucía, la cual le amonestó que se condujese bien, indicándole un punto en que debía poner remedio.  Con la entrevista no sólo quedó sano del mal, sino muy resuelto a aspirar a la santidad religiosa y a dedicarse a la conversión de los infieles, entre los cuales obtuvo la palma del martirio.

A este tenor logró la reforma de muchas personas, para lo cual la favoreció el Señor con el don de la penetración de los secretos del corazón.

Su devoción al Santísimo Sacramento, a María Santísima y a los Santos.-  Siendo la Venerable Madre Antonia, amantísima de la Pasión de Nuestro Señor, no podía dejar de serlo de su perpetuo memorial: la Sagrada Eucaristía; así llegando el octavario de Corpus lo celebraba con toda pompa y solemnidad.  Lo mismo podemos decir de su devoción a María Inmaculada, la cual cultivó en su alma desde sus más tiernos años y procuró se mantuviese siempre en el Instituto, determinando que diariamente en la Comunidad se rezase el santo rosario y la corona dolorosa.

Para con los santos tuvo especial devoción al Señor San José, San Juan Evangelista, el Angel de la Guarda, Santa Teresa de Jesús su maestra, y otros más, recibiendo de ellos señalados favores, para sí y para sus hijas.  Cuéntase entre otros, el caso siguiente: Estando el Beaterio en la calle Monserrat, deseaban sus hijas una imagen de Nuestra Señora, y se lo manifestaron a Venerable Madre, quien lo encomendó al glorioso San Pedro de Alcántara, no bien lo hizo, cuando a poco se presentó el criado de una señora con una imagen de la purísima en bulto, que medía más de una vara de alto, y la vendía por doscientos pesos.

La Venerable Madre ofreció cien a la persona que la había enviado, escribiéndole una carta suplicatoria, y para complacer a la Madre Providencia que le pedía pusiese la carta en manos de la imagen para obtener lo solicitado, ésta, que tenía las manitas pegadas por las palmas y deditos, al ponerle el papel la Sierva de Dios, dio un traquido, que todas las que estaban presentes lo oyeron y quedó la imagen con las manitas bien desunidas hasta el día de hoy.  Tomando luego la Sierva de Dios la carta de las manos de la imagen, la envió a la señora, quien no aceptando la oferta pasó al Beaterio para llevársela y al llegar y ser interrogada por la Sierva de Dios de: ¿Cómo había sabido que deseaban la imagen?, dijo la señora, que un Padre Franciscano muy flaco y amarillo se lo había dicho; lo que hizo suponer a sus hijas, que fue San Pedro de Alcántara.

Determinada la señora a no venderla por los cien pesos, ordenó al criado que la cogiera para volverla a su casa, pero siendo el mismo que la había llevado a Beaterio no podía moverla, viendo con admiración tantos prodigios, la señora se conformó con los cien pesos y se marchó asombrada.

Última enfermedad y muerte de la Madre Antonia Lucía, en pie y con los brazos en Cruz.
Estando en cama la sierva de Dios Sor Lucía en su última enfermedad, una hija suya vio sobre ella una corona y una palma, hechas de oro finísimo y hechura primorosa.  Conociemdo la Madre la visión de la hija no pudo negar que aquella corona y aquella palma se las daba el Señor en premio de su santa vida, toda consagrada al amor de Dios y del prójimo, a la penitencia y mortificaciones con acciones virtuosas nunca interrumpidas.

Su última enfermedad y su muerte estuvieron caracterizadas por el amor y el dolor.  El amor, lo incendios de la caridad divina, ponían en movimiento su corazón que latía con violencia.  El dolor, el purgatorio anticipado, hacía de la enferma una mártir.

La enferma pidió los últimos sacramentos el martes 13 de agosto.  Apenas vio a Jesús Sacramentado que entraba en la celda, tuvo un transporte extático que no pudo dominar, de modo que el sacerdote hubo de mandarla que volviese en sí para recibir la sagrada comunión, como efectivamente volvió, recibiendo luego a su amado con encendidos afectos de amor, reverencia y alegría.

El sábado 17 indicó que su muerte sería a las dos de la tarde.
Hallándose presentes a esa hora tres de sus hijas y el médico que la asistía, se incorporó en la cama, luego se puso en la cabeza una mantilla que le cubría todo el cuerpo y velozmente se puso en pie sobre la cama, sin que nadie interviniera en esto; extendió los brazos en cruz a imitación de su Divino Maestro; fijó la mirada en el cielo, con los ojos abiertos que brillaban como dos luceros; puso un pie sobre el otro y permaneció con esta postura estática durante un cuarto de hora; el éxtasis terminó con la muerte, exhalando su postrer suspiro en aquella actitud.  Después que expiró, inclinándose por sí misma, suavemente pero sin encoger los brazos, ni separar los pies, se colocó en la cama y reclinó la cabeza sobre la almohada.

El privilegio de morir con los brazos en cruz dejó la santa Madre hereditario a algunas de sus hijas, aunque no en pie, sino echadas en la cama.  Así murió Sor Josefa de la Santísima Trinidad, sobrina de la sierva de Dios, Sor Catalina de San Juan, Sor Felician de Santa Teresa, Sor Luisa de San Padre de Alcántara y otras más.

Las circunstancias de la muerte de la Madre Antonia Lucía son excepcionalmente prodigiosas, sin duda no vistas en ningún otro santo de la Iglesia de Dios, y contribuyen a la gloria especial de la heroína, digna del aprecio de los mortales.

A su muerte siguieron un gran número de prodigios; pues a las diez de la noche, ya difunta, volvió a poner los brazos en cruz con los dedos encogidos, permaneciendo así hasta la aurora, hora en que colocó el brazo derecho junto al muslo y puso la mano izquierda extendida sobre el corazón, ostentando el rostro hermosísimo.

Tuvieron insepulto el cadáver durante cuatro días, con un concurso incesante e innumerable que obtenía por intercesión de la Sierva de Dios gran número de curaciones de varias enfermedades.


Sus restos reposan en el Santuario de Las Nazarenas en Lima, en cuyo altar mayor se encuentra la imagen del Cristo de Pachacamilla.
SOR ANTONIA LUCIA DEL ESPIRITU SANTO
Antonia Lucia Maldonado de Verdugo nació en Guallaquil, Ecuador el día Sabado 12 de Junio de 1646.

Huerfana de padre llegó al Callao en compañia de su madre en 1657. A los 30 años Antonia Lucia, fue casada por su madre con Alfonso Quintanilla hombre pobre de caudales pero de grandes dotes morales. Sin embargo Alfonso Quintanilla al darse cuenta que su esposa tenia inclinación hacia el servicio de Dios, de mutuo acuerdo guardaron castidad.

En esa época Antonia Lucia vestia tunica morada con la debida autorización de su esposo y la debida licencia eclesiastica del 6 de Agosto de 1677 o 1678. Al poco tiempo falleció su esposo el día 30 de Enero de 1681, siendo enterrados sus restos en el Convento de Santo Domingo.

Al quedar viuda Antonia Lucia, quedó en libertad de cumplir con su proposito y verdadera vocación. Y el luto que vistio fue el de la tunica morada la misma que despues distigiria a sus fieles y adnegadas discipulas y seguidoras en el Beaterio de Monserate.
Antonia Lucia de Maldonado y Verdugo, (I.- 0549, 196, (f)), Nacio en Guayaquil el 12-6-1646. Al morir su padre don Antonio Maldonado y Mendoza, fue al Callao con su madre doña Maria Verdugo Gaytan que estaba en la mas absoluta de las pobezas.

Habia casado doña Antonia Lucia con Alonso Quintanilla, que sin el conocimiento de este, colectó limosnas para la creacion de un beaterio de Nazarenas.

Tanto su marido como ella fueron muy devotos y él la permitio que tomase habito mientras él se encerro en el monasterio de los Descalzos anticipandose su muerte y doña Lucia ya viuda, entro en el beaterio con su madre.

En 1681 por asuntos de disgustos se traslado a Lima retirandose durante un año al monasterio de Santa Rosa de Viterbo. Ayudada del capitan don Roque Falcon que la proporciono 12.000 pesos, planto en el año 1683 el beaterio en la casa que compro a Fernando Perez junto al convento de Monserrat, extinguiendose despues por los años de 1698 al no condedersele licencia para su ereccion. En el beaterio que fundo el capitan Sebastian de Autuñano busco refugio asi como otras monjas dispersas ocupando el cargo de superiora con el nombre de: Antonia del Espiritu Santo.
Falleció el 17-8-1709.
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