domingo, 2 de julio de 2017

Dr Gabriel García Moreno, Mártir de la Fe

Dr Gabriel García Moreno, Mártir de la Fe
Diciembre 24, 1821 - Agosto 6, 1875

Nació en Guayaquil, el 24 de diciembre de 1821. Fueron sus padres, el Síndico Procurador de Guayaquil, de origen español, Gabriel García Gómez, y Mercedes Moreno, emparentada con las familias más tradicionales de la sociedad de la época. El matrimonio ya contaba con otros ocho hijos cuando nació Gabriel.

Fue un niño de carácter débil, que se educó en el seno familiar, hasta la edad de nueve años, cuando al morir su padre, su formación quedó en manos del padre Betancourt, quien lo convirtió en un hombre culto y de gran carácter, aunque bastante soberbio.

A los quince años, inició sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de San Fernando, en Quito. Tras incursionar en la vida monástica por breve tiempo, complementó su formación académica, estudiando Jurisprudencia en la Universidad Central de Quito, doctorándose en 1846.

Contrajo enlace por poder, con una mujer mayor, muy rica y vinculada con sectores poderosos de Quito, Rosa Ascásubi y Matheu.

Mientras tanto, su ideario conservador, y clerical, contrastaba con el común de la época, liberal y laico, lo que le acarreó numerosos enemigos. En su defensa y atacando a sus opositores, usó su pluma desde la páginas de “El Zuriago”, “La Nación”, “El Vengador” y “El Diablo”.

Estudió en París, especializándose en química, entre otras ciencias. El fracaso de la Revolución Republicana de 1848, alentó sus ideales contrarios al espíritu republicano.

Antes de convertirse en Primer Mandatario, ya era una persona relevante y destacada en la cultura ecuatoriana. Fue Rector de la Universidad Central, Alcalde de la ciudad de Quito, Senador de la República, por Pichincha, en el Congreso de 1858, Ministro Plenipotenciario ante el Gobierno de Chile, Ministro de Hacienda, Jefe Supremo de la República, desde 1859, luego de derrocar al general Francisco Robles, hasta marzo de 1861. Se convirtió en Presidente constitucional el 2 de abril de 1861, culminando su primer mandato el 30 de agosto de 1865.

Este fue un lapso próspero, logrando unificar y pacificar el país. Lo criticable fueron los medios represores que utilizó para conseguir su propósito. No creía que las leyes bastaran para gobernar. Se debía imponer una política férrea que terminara con todo acto delictivo o conspirativo, asesinando a los responsables. 

Fomentó la agricultura y la industria. Inauguró las vías del ferrocarril sur. Trajo a los monjes jesuitas, a quienes apoyó incondicionalmente, impulsó la educación. Organizó las finanzas públicas. Creó un Tribunal de Cuentas, especializado en cuestiones contables y judiciales, en reemplazo de la Contaduría General, y defendió a ultranza la religión católica, imponiéndola como única, y negando toda otra fe.

Internacionalmente se produjo la guerra con Colombia, por un problema interno colombiano, generado en la lucha entre facciones conservadoras y liberales, que trascendió las fronteras e involucró a Ecuador, cuando los conservadores atravesaron el territorio ecuatoriano en persecución del líder liberal. El 31 de julio de 1862, en la batalla de Tulcán, los ecuatorianos fueron vencidos y obligados a contribuir con pertrechos y armamentos, cosa que García Moreno nunca cumplió.

En 1863, los mismos países iniciaron un nuevo conflicto, esta vez por la anexión de territorios, en un proyecto por el cual el presidente colombiano, gral. Mosquera, pretendía volver al sueño bolivariano de la Gran Colombia. Tras una gestión diplomática que al principio pareció exitosa, tomó características belicistas cuando Mosquera tomó la localidad de Ibarra. Finalmente tras tenaz resistencia, se selló a paz entre ambos pueblos, por el Tratado de Pinaquí.

García Moreno, fue sucedido por Don Jerónimo Carrión, desde septiembre de 1865 al 6 de noviembre de 1867. En esa fecha, ante la dimisión presidencial, asumió su vicepresidente Pedro José de Arteta, durante el lapso comprendido desde el 7 de noviembre de 1867 hasta el 20 de enero de 1868, y luego tomó el poder, el Dr. Javier Espinosa entre el 20 de enero de 1868 y el 19 de enero de 1869. 

Para la sucesión presidencial los candidatos eran, el conservador Gabriel García Moreno (El Partido Conservador había sido fundado ese año por garcía Moreno) y el liberal Francisco Javier Aguirre (Urbinista). El primero fue el que logró asumir, el 16 de enero de 1869, apoyado por los jefes militares, y, sobre todo por el clero.

En este segundo período, que se extendió hasta 1875 organizó constitucionalmente el estado, aunque persiguió con todo rigor a sus enemigos políticos. Siguió dando gran impulso a la instrucción primaria a manos de las Hermanas de la Caridad y las Madres de la Providencia, mientras los jesuitas se ocupaban de la enseñanza secundaria. La universidad se enalteció con el aporte de notables profesores alemanes.

Creó la Escuela Politécnica Nacional, además del Colegio Central Técnico, dotados de grandes y especializados laboratorios. Inauguró la Escuela de Artes y Oficios, el Conservatorio de Música, y el Observatorio astronómico de Quito. Incrementó la obra pública, con el tendido de 44 kilómetros de vías férreas, y en economía impulsó el crédito y la inversión mediante la creación del Banco de Crédito Hipotecario, y varias Cajas de Ahorro.

No pudo acceder a un tercer mandato, pues pereció asesinado, a golpes de machete, en Quito, el 6 de agosto de 1875 por el colombiano Faustino Lemos Rayo.
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Gabriel García Moreno, Político y Católico
Supo simplemente acoger el Evangelio en su vida, y desde la fe intentó servir a su Patria.

Para muchos son dos conceptos que se excluyen mutuamente: uno no puede ser a la vez un buen político y un buen católico. Porque, dicen, o deja de pensar como católico si quiere ser político, o deja de actuar como político si busca vivir como católico.  La realidad es otra, y lo prueban vidas concretas de políticos que supieron vivir y actuar desde su fe y para el bien de sus pueblos. Uno de esos políticos se llamaba Gabriel García Moreno (1821-1875).

Gabriel había nacido en Guayaquil, Ecuador. Pronto se distingue por su mente despierta y su corazón anhelante de nuevas conquistas. A los 15 años empieza a estudiar, en la Universidad de Quito, filosofía y leyes.  Termina el doctorado con 25 años y se dedica a escribir y actuar como político católico. Viaja a Europa, vuelve a Ecuador.

Empieza a ser perseguido por sus ideas políticas, por lo que sufre el exilio. Lee y estudia una cantidad enorme de libros de historia, filosofía, ciencias: su deseo de saber parece inagotable.

Regresa nuevamente a su patria. Pasa, sin embargo, por un periodo de cierto apartamiento religioso, pues no acude ni a misa ni a la confesión, aunque públicamente defiende a la Iglesia católica. Un día, un ateo con el que discute le hace ver su incoherencia: ¿cómo alguien que promueve ideas católicas luego no practica lo que dice creer?  Para Gabriel García esas palabras son la ocasión para dejarse tocar por la gracia y dar el paso hacia una profunda conversión. Se confiesa y desde entonces acude a misa cada día.  Su carrera política lo lleva primero a ser alcalde de Quito (1857), luego senador y, finalmente, presidente de la República de Ecuador (desde 1861).

Llega al poder en momentos difíciles para su patria, herida por luchas continuas y por gobernantes que han buscado, de un modo o de otro, eliminar de la vida pública cualquier huella de la fe católica.  Desde su puesto de estadista, Gabriel García Moreno emprende una labor inmensa de reconstrucción,  al mismo tiempo que reduce el gasto público. No olvida los valores católicos de su pueblo, por lo que busca promover la presencia de la fe también en la vida pública.  En 1865 deja el cargo, pero a los 4 años vuelve a ser reelegido como presidente de Ecuador (1869-1875).

En ese segundo periodo lanza el proyecto de consagrar su patria al Sagrado Corazón de Jesús. La idea es propuesta primero a los obispos, que la aprueban. Luego obtiene el voto favorable en el Congreso.

Ecuador será el primer país del mundo en consagrarse al Corazón de Cristo, en el año 1873.  Los enemigos y críticos no faltan, y Gabriel García vislumbra que la muerte puede llegarle en cualquier momento. No por ello deja de cumplir su deber. Mantiene una oración frecuente y participa siempre que puede a la misa y a otros actos de culto.

Su vida espiritual queda reflejada en unas notas personales que puso en las últimas páginas de una copia de la “Imitación de Cristo”, el famoso libro de Tomás de Kempis que García Moreno llevaba siempre consigo. En esas notas leemos lo siguiente:  “Oración cada mañana, y pedir particularmente la humildad. En las dudas y tentaciones, pensar cómo pensaré en la hora de la muerte. ¿Qué pensaré sobre esto en mi agonía? Hacer actos de humildad, como besar el suelo en secreto. No hablar de mí. Alegrarme de que censuren mis actos y mi persona. Contenerme viendo a Dios y a la Virgen, y hacer lo contrario de lo que me incline. Todas las mañanas, escribir lo que debo hacer antes de ocuparme.

Trabajo útil y perseverante, y distribuir el tiempo. Observar escrupulosamente las leyes. Todo ad majorem Dei gloriam exclusivamente. Examen antes de comer y dormir. Confesión semanal al menos”.  Durante el año 1875 la situación de su país se hace cada vez más tensa. Grupos de opositores, sobre todo entre los liberales, lanzan continuos ataques contra García Moreno. Incluso algunos hipotizan que pueda cometerse un magnicidio.

A pesar del ambiente hostil, la mayoría de las fuerzas políticas deciden reelegirlo por tercera vez para ocupar la presidencia de Ecuador. Pero algunos ya han decidido asesinarlo.  García Moreno sabe que sus días están contados. En julio de 1875, después de ser reelegido, escribe una carta al Papa Pío IX:  “Ahora que las logias de los países vecinos, instigadas por las de Alemania, vomitan contra mí toda especie de injurias atroces y calumnias horribles, procurando sigilosamente los medios de asesinarme, necesito más que nunca la protección divina para vivir y morir en defensa de nuestra religión santa y de esta pequeña república...

¡Qué fortuna para mí, Santísimo Padre, la de ser aborrecido y calumniado por causa de Nuestro Divino Redentor, y qué felicidad tan inmensa para mí, si vuestra bendición me alcanzara del cielo el derramar mi sangre por el que, siendo Dios, quiso derramar la suya en la Cruz por nosotros!”.

A los pocos días, el 4 de agosto, dirige unas líneas a un amigo: “Voy a ser asesinado. Soy dichoso de morir por la santa fe. Nos veremos en el cielo”.  El día fatal llega dos días después. El 6 de agosto de 1875, Gabriel García Moreno va a misa a las 6 de la mañana. Los asesinos ven mucha gente en la iglesia, y deciden esperar.

Un poco más tarde, el presidente se dirige a la catedral. Le dicen que alguien le espera fuera. Sale, y el grupo de asesinos se abalanza sobre él. Lo hieren a muerte con golpes de machete y armas de fuego. A los pocos minutos, después de recibir los sacramentos, fallece.  Pocos conocen la historia de este político católico. Gabriel García Moreno supo simplemente acoger el Evangelio en su vida, y desde la fe intentó servir a su Patria.

Su muerte se convierte en un testimonio de fidelidad a Cristo y a la Iglesia, y en un ejemplo para que otros hombres y mujeres, dispuestos a servir generosamente a sus pueblos como políticos católicos, estén preparados para la gracia suprema del martirio.
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Por: P. Fernando Pascual
Fuente: Catholic.net
Presidente Católico del Ecuador

En el siglo XIX, cuando Ecuador estaba en camino hacia la ruina por culpa de los gobiernos liberales, laicistas, anticatólicos, surge un personaje eminentemente político, Gabriel García Moreno, que se  reveló como un magnífico arquetipo de estadista católico en el seno del mundo moderno.

Nació Gabriel en Guayaquil, Ecuador, el 21 de diciembre de 1821. Su padre, Gabriel García Gómez, era español y su madre Mercedes Moreno era de Guayaquil, una mujer muy austera y de mucha piedad. Gabriel fue el octavo y último de los hijos. Pasó su infancia y adolescencia en Guayaquil, ciudad que estaba envuelta por un cúmulo de conflictos sociales y políticos. Tan pronto estaba bajo el poder de Colombia como enarbolaba la bandera peruana, hasta el día de la erección legal de la República del Ecuador, que quedó independizada en el año 1830 cuando Gabriel tenía nueve años.

Con la independencia no llegó la paz añorada, pues en los seis años siguientes hubo en Ecuador dieciocho revoluciones, una guerra civil, así como numerosos fusilamientos y asesinatos políticos. Todo esto iba dejando una profunda huella en el alma de Gabriel y el anhelo de que algún día reinara el orden y la paz.

Cuando muere el padre de Gabriel, su madre encomendó la educación del niño a un religioso mercedario, el Padre Betancourt. Más tarde se trasladó a Quito, la capital del Ecuador, donde le acogieron dos hermanas del religioso. Al llegar se inscribió en un curso de latín y luego ingresó como externo en el colegio de San Francisco donde cursó filosofía, matemáticas e historia. Al terminar la secundaria se matriculó en la universidad para seguir la carrera de derecho, aunque sentía especial interés por las matemáticas y las ciencias.

El ambiente que le rodeaba era racionalista, volteriano y laicista, abiertamente hostil a la Iglesia, y en la vida política reinaba la mentira y  la corrupción.

A los 18 años inicia estudios sacerdotales, pero convencido de su falta de vocación retomó sus estudios universitarios, llevando en el corazón el anhelo de defender los valores religiosos de la patria, que luego llevaría al campo de la política y las leyes. Se pondría al servicio de la Iglesia, pero desde las trincheras del mundo, de donde provenían las principales ofensivas, mediante legislaciones anticristianas y a veces directamente persecutorias.

Llegado a los 25 años de edad se lanzó Gabriel a la actividad política, actividad que llevaría a cabo hasta su muerte. Se casa con Rosa Ascásubi. Como escritor de combate, lanza sucesivamente varios periódicos.

El país va de mal en peor, y la nación va decayendo, entre conspiraciones y sobresaltos, en un laicismo cada vez más ignominioso. García Moreno ataca duramente desde el semanario La Nación la política de Urbina, entonces en el poder y éste le destierra por dos veces. Aprovecha este período para dedicarse al estudio y consolidar más su pensamiento católico.

Gabriel intuía el deseo oculto del liberalismo y la masonería de romper las raíces cristianas del Ecuador y la unidad religiosa del país, herencia del pueblo cristiano español. La Constitución liberal era un claro ejemplo. El descontento iba creciendo y se fue fraguando un grupo de resistencia, especialmente de jóvenes, con García Moreno a la cabeza, invitando a la lucha. Numerosos grupos comenzaron a recorrer las calles con el grito de “viva la religión, muera la Constitución”. Finalmente estalló una revolución en Guayaquil que se extendió a otros lugares del país.

LA PRESIDENCIA
García Moreno con sus cualidades de jefe político iba ganando el aplauso y la admiración del pueblo, de manera que el 10 de marzo de 1861, sin debate y de modo unánime, lo eligieron presidente del Ecuador y tomó posesión del mando, prestando juramento en la Catedral de Quito. Se elaboró una nueva Constitución, en la que se reconocía a la religión católica como la religión del Estado.

«Este país es incontestablemente el reino de Dios, le pertenece en propiedad, y no ha hecho otra cosa que confiarlo a mi solicitud. Debo, pues, hacer todos los esfuerzos imaginables para que Dios impere en este reino, para que mis mandatos estén subordinados a los suyos, para que mis leyes hagan respetar su ley», se decía Gabriel.

Se comprometió a restablecer el imperio de la moral, sirviéndose de la corrección enérgica del crimen, y la educación cristiana, sin olvidar la misericordia. Protegió la religión, fomentó la industria, el comercio, la agricultura, impulsó la construcción de carreteras y la extensión de líneas de ferrocarril; eliminó casi por completo las cuantiosas deudas contraídas en los anteriores decenios de corrupción política.

Moreno Mejoró el nivel educativo tanto en la escuela como en la Universidad, llevando congregaciones religiosas que venían de Europa. Pidió especialmente la colaboración de los jesuitas de quienes era muy cercano, así como llevó doctos profesores universitarios alemanes.

Durante su presidencia, García Moreno consagró El Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús, porque quería que fuera el mismo Cristo quien reinase en el país. Fue el primer país que se consagró al Corazón de Jesús.

SU VIDA INTERIOR
García Moreno fue un político católico porque era un hombre católico.

Llevaba una profundísima vida de fe y vida interior, era de oración y misa diaria, rezaba el rosario. Procuraba confesar al menos una vez a la semana y hacer  ejercicios espirituales una vez al año. Llevaba siempre consigo el libro de la “Imitación de Cristo”. En una de las últimas páginas anotó entre otras normas: “Oración cada mañana, y pedir particularmente la humildad. En las dudas y tentaciones, pensar cómo pensaré en la hora de la muerte. ¿Qué pensaré sobre esto en mi agonía? Hacer actos de humildad, como besar el suelo en secreto. No hablar de mí. Alegrarme de que censuren mis actos y mi persona. Contenerme viendo a Dios y a la Virgen, y hacer lo contrario de lo que me incline. Todas las mañanas, escribir lo que debo hacer antes de ocuparme. Trabajo útil y perseverante, y distribuir el tiempo. Observar escrupulosamente las leyes. Todo ad majorem Dei gloriam exclusivamente”.

Mantuvo contacto epistolar con el Papa Pío IX, que le apoyaba en su labor y con el que había cultivado una profunda amistad ya que les unía el gran amor por la Iglesia.

Fueron muchas las virtudes que le caracterizaban tanto en el ámbito familiar como en el político. Era grande el amor que tenía hacia su familia, su esposa y sus hijos donde derramaba toda su ternura. No dejó que el trabajo le absorbiera de tal modo que le restase tiempo de su vida espiritual ni familiar.

EL MARTIRIO
Los enemigos de la fe le odiaban a muerte. Él sabía que su vida corría peligro, pero consideraba un honor morir por Jesucristo y así se lo manifiesta en una carta al Papa Pío IX, escrita  el 17 de julio de 1875, algo menos de un mes antes de su muerte.

“¡Qué fortuna para mí, Santísimo Padre, la de ser aborrecido y calumniado por causa de Nuestro Divino Redentor, y qué felicidad tan inmensa para mí, si vuestra bendición me alcanzara del cielo el derramar mi sangre por el que, siendo Dios, quiso derramar la suya en la Cruz por nosotros!".

Y el 4 de agosto le escribe a su amigo Juan Aguirre:
«Voy a ser asesinado. Soy dichoso de morir por la santa fe. Nos veremos en el cielo».

El 6 de agosto de 1875, como de costumbre, se levantó Gabriel a las cinco de la mañana para ir a la misa de las seis. Sus asesinos, un pequeño grupo impulsado por los escritos incendiarios del liberal Juan Montalvo, le acechaban. Pero retrasan su acción, pues al ser Primer Viernes había gran concurso de fieles. Más tarde, entra Gabriel a la Catedral para hacer una visita al Santísimo, donde le avisan que le buscan fuera. Y al salir, un hombre, Faustino Lemus Rayo, le descarga un machetazo en la cabeza, seguido de otros, en tanto que sus cómplices disparan sus revólveres. Fueron en total catorce puñaladas y seis balazos. Al tumulto acuden algunos soldados del Palacio, y uno de ellos mata de un tiro a Rayo, al que encontraron en su bolsillo un cheque -contra el banco de Perú- firmado por conocidos  masones.

Luego, ya agonizante, introducen a Gabriel en la Catedral, acomodándolo ante el altar de la Virgen de los Dolores. Aún tenía el pulso pero no podía hablar, sólo con su mirada respondió a las preguntas rituales del sacerdote, y asintió cuando se le preguntó si perdonaba a los asesinos. Le dieron entonces la absolución y la santa Unción. Pocos minutos después expiraba en paz.
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Por Hna. Leonor Cedeño, S.H.M.
 ©Revista HM º172 Mayo-Junio 2013


El Presidente Mártir y defensor de la Fe, asesinado en ejercicio de la Presidencia de la República, el 6 de Agosto de 1.875. Hombre público de gran piedad y gran amor a la Santa Iglesia Católica y al Papado, dio ejemplo de la instauración de todas las cosas en Cristo, preocupándose por la implantación de su Reinado Social y Político.

Como Presidente de la República, Consagró el Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús, moralizó la Nación y sus instituciones, fortaleció el catolicismo de su pueblo y generó gran prosperidad material para todo el país.

García Moreno no se intimidaba cuando estaban en juego los principios de la Religión y los derechos de Dios, recurriendo incluso al uso de las armas, de ser necesario.

Fue el único Jefe de Estado en el mundo que apoyó al Bienaventurado Papa Pío IX cuando las fuerzas anticatólicas invadieron los Estados Pontificios.

En carta al Sumo Pontífice Pío IX, dijo:

"Qué fortuna para mí, la de ser aborrecido y calumniado por causa de Nuestro Redentor y qué felicidad tan grande sería la mía si vuestra bendición me alcanzara del Cielo el derramar mi sangre por El" (Cfr. carta a Pío IX en Agosto de 1.875).

Martirizado por odio a la Fe, entregó su alma el 6 de Agosto de 1875 a los pies del altar de Nuestra Señora de los Dolores, en la Catedral Metropolitana de Quito, advocación a la cual tributaba gran devoción. La Patria quedó enlutada y el pueblo, huérfano de un verdadero Padre.

Su último gesto fue una profesión de Fe: ya en el suelo ensangrentado pronunció su frase célebre: ¡"DIOS NO MUERE"!

GABRIEL GARCÍA MORENO, MÁRTIR DEL CORAZÓN DE JESÚS


Fue asesinado el 6 de agosto de 1875, por instigación de la masonería.

• En 1874 había consagrado la nación al Sagrado Corazón de Jesús

• Sus últimas palabras, al caer acuchillado, fueron: “¡Dios no muere!”. Era demasiado bueno Gabriel García Moreno, Presidente de la República del Ecuador, y eran demasiado perversas las sectas masónicas, para que le perdonasen su purísimo catolicismo en el gobierno de su pueblo.


El progreso y la paz que florecían en el Ecuador, bajo el mando de García Moreno, no le salvaron del odio masónico, en todos los lugares donde la secta existía, se formó una vasta conjura, con el fin manifiesto de asesinarlo, como lo ha hecho tantas veces la masonería con los que estorban a sus planes. A unos amigos que le aconsejaban que tomase precauciones, decía: “¿Y bien, ¡qué anhela un peregrino sino llegar cuanto antes a término de la jornada? No me guardaré, no; en manos de Dios está mi suerte.


El me sacará del mundo cuando y como quiera”. El 17 de julio de 1875 escribió a Su Santidad Pío IX una carta en la que decía: “...ahora que las logias de los países vecinos, instigadas por Alemania, vomitan contra mí toda especie de injurias atroces y de calumnias horribles procurando sigilosamente los medios de asesinarme, necesito más que nunca la protección divina para vivir y morir en defensa de nuestra religión santa, y de esta pequeña República que Dios ha querido que siga yo gobernando.


¡Qué fortuna para mí, si vuestra bendición me alcanzara del cielo el derramar mi sangre por el que siendo Dios, quiso derramar la suya en la Cruz por nosotros!” El 4 de agosto de 1875 escribía a su amigo Juan Aguirre una carta en que, recordándole su postrera despedida, le decía: “Voy a ser asesinado. Soy dichoso de morir por la santa fe.


Nos veremos en el cielo.” Era el 6 de agosto, día de la Trasfiguración del Señor y primer viernes de mes (por una casualidad que el tema amerita mencionar, el 6 de agosto de este año fue viernes primero de mes), como de costumbre, el Presidente comulgó a las seis de la mañana, y perseveró en acción de gracias hasta las ocho. Salió a su casa. Los asesinos espiaban sus pasos y acechaban la ocasión.


El Presidente después de haber estado un rato con su familia, se retiró a dar la última mano al Mensaje que aquel día pensaba presentar a los ministros. A la una salió llevando consigo el Mensaje, y pasó por casa de los parientes de su mejer, donde le advirtieron nuevamente del peligro. De allí pasó al palacio del Gobierno, pero antes de pasar a él quiso adorar al santísimo, que por ser primer viernes de mes estaba expuesto en la catedral, que con el Palacio forma un ángulo de la Plaza Mayor.


Como quien sentía los peligros que le rodeaban, prolongó también allí su oración largo tiempo, y la hubiera prolongado aún más, si un hombre desconocido no se hubiese acercado y le hubiera avisado que se estaba esperando para un negocio muy urgente. Se levantó al punto el Presidente, salió, subió las escaleras de Palacio, y avanzaba ya hacia la puerta, cuando un hombre de apellido Rayo que le venía siguiendo, sacó de debajo de su capa un machete, y se lo descargó por la espalda.


--¡Asesino!—exclamó el Presidente... pero en un instante salieron de detrás de las columnas varios conjurados; una nueva cuchillada de Rayo le rajó la cabeza, otra le partió el codo, otra le abrió la mano, dos balas le atravesaron la frente y un empujón lo derribó del atrio a la plaza de una altura de cuatro metros. Allí estaba tendido en el suelo cuando Rayo bajó airado las escaleras, y acometiéndole de nuevo, le descargó la última cuchillada, surcándole la cabeza y exclamando:

Cuerpo Embalsamado

--¡Muere! ¡Verdugo de la libertad! --¡Dios no muere!—respondió el heroico Presidente. Mientras los sicarios se esparcían gritando: ¡Revolución! ¡Viva la libertad!, la plaza se llenaba de gente que acudía a los tiros y al espectáculo, sobrecogida de terror y encendida de ira. Aún vivía el héroe. Conducido a la catedral y reclinado al pie del altar de Nuestra Señora de los Dolores, recibió los últimos auxilios del cuerpo, que fueron inútiles; tomó los últimos sacramentos; perdonó a sus enemigos, y entregó su alma generosa a Dios; precisamente el primer viernes de mes.


Sobre su pecho llevaba, cundo murió, una reliquia de la verdadera cruz, un escapulario de la Pasión y del Sagrado Corazón de Jesús, un rosario con una medalla del Papa Pío IX y del Concilio Vaticano I, que estaba teñida de sangre fresca.


En su bolsillo tenía una agenda con apuntes diarios, en os primeros renglones de la última página de aquel día había tres líneas de lápiz que decían: “¡Señor mío Jesucristo, dadme amor y humildad y hacedme conocer lo que hoy debo hacer en vuestro servicio!”


Así fue como entregó su vida García Moreno , convirtiéndose en el mártir del Corazón de Jesús y en modelo para otros cristianos, como lo fue para Anacleto González Flores; quien se enfrentó tranquilamente con sus enemigos, teniendo la calma de perdonarlos y de recordar las postreras palabras del primero: “¡Dios no muere!”




BIBLIOGRAFÍA:


  • Cruzado Español. Año XVII 1 de julio de 1975. Director: José Oriol Cuffi Canadell, Barcelona, España.
  • El Mensajero del Corazón de Jesús, Tomo XI de la 3.a Serie.—Año XXXVIII.—Tomo LVIII, México 1911. Ricardo
  • Patee, Gabriel García Moreno y el Ecuador de su tiempo. Editorial JUS. México, 1944.
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Texto tomado de: cristeros.uag.mx

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